miércoles, 20 de marzo de 2013

Fresa.


Estabas otra vez enfadada, volvíamos a las mismas, yo ya no sabía que hacer. Te habías cruzado de brazos y habías apartado el bol de fresas, como una niña que no quiere las lentejas.
- Qué guapa estás cuando te enfadas.
Me miraste con esa cara ya tan familiar, sobretodo estos pasados días, esa expresión que decía sin palabras: me gustaría que desaparecieras. Dolía, te aseguro que dolía. ¿Pero que quieres que haga? Ya no sabía que hacer, no sabía ni si quiera que es lo que sucedía, por qué acabábamos siempre discutiendo. Cogí una fresa, sin mojarla en azúcar y la hundí en mis dientes.
- Te odio. - Te atreviste a decir.
Alargaste el brazo, como quien coge con pereza el mando de la televisión y te llevaste una fresa a la boca, sin azúcar y pusiste esa cara tuya. No soportas el ácido. Yo sonreí un poco, pero tu te pusiste a llorar y tiraste el trozo de fresa que había quedado en tu mano.
- Ey, no llores. - Me levante rápidamente y fui a abrazarte, pero rechazabas mi contacto, me empujabas, no me querías. Cogí tu mano con fuerza, esa que intentaba alejarme de ti para siempre, y la besé con suavidad, parece que eso te calmo. Me miraste, con los ojos llorosos y entre llantos conseguiste unir palabras.
-Yo sólo quiero besos de fresa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario