viernes, 22 de marzo de 2013

Banco.

Colocaba cuidadosamente la manta, extendiéndola y quitando todos los pliegues, como hacia antes. Ordenaba el lugar para estar cómodo, se había acostumbrado a dormir cada noche en un sitio diferente, ya no tenía un lugar propio. Todos los días al irse a dormir se decía a si mismo que ahora el mundo era su hogar, cada rincón, el hogar iba con él allá donde fuese. Lo había perdido todo y ya no tenía nada que lo atase, a veces se preguntaba si eso era libertad. Desde entonces tenía mucho tiempo libre, no como antes, y lo dedicaba a pensar y meditar, a hacerse preguntas. Al principio los días se le hacían eternos y el pensar le hacía entristecer. Ahora ya se había acostumbrado, o se había vuelto loco, libre, quien sabe. A pesar de esa libertad sus días se habían vuelto rutina, como cuando estaba en la oficina, recorría siempre las mismas calles, los mismos sitios. Al principio le daba vergüenza, pero se decía a si mismo que lo había perdido todo, hasta la vergüenza. Al día se había acostumbrado, pero la noche y su frío le continuaban aterrando. Aquello que decía que le había quitado todo ahora le daba cobijo. Ya estaba preparada su cama, se sumergió con cautela en las dos mantas, su posesión más preciada, acomodo los trozos de cartón y rezó, no sabe a que o a quien, por sobrevivir una noche más al frío y a los extraños de la oscuridad.

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