El abandonarme mi hermano, después de dos días de visita, y el ver por la noche Mar Adentro, desencadenó en mi un estado de sentimentalismo odioso. Para colmo, era de madrugada, por lo que ya era oficialmente domingo, así que no se me ocurrió mejor manera para conciliar el sueño que hacerme preguntas y reflexiones existenciales.
Todo giró alrededor de mi vida sentimental, ¿Sobre qué si no? la cual se puede definir como inexistente, a no ser que consideréis sentimental el sexo esporádico, alguna que otra cita, las cuales puedo contar con los dedos de las manos, y que han sido de un día y nada más por mi parte. O también los encaprichamientos de dos días con gente que vive a kilómetros o que resultan muy simpáticos en la cama, pero fuera de esta no.
La única relación que
se podría catalogar de estable, aunque yo no la llamaría así, es
una que tuvo lugar hace tres años, dentro de poco serán cuatro, y
que duró unos cuantos meses. Yo acabé con esta relación porque la
distancia y el tiempo la habían apagado y me prometí no volver a
tener nunca una relación a distancia, por los resultados de esta y
otras cortas experiencias pasadas, aunque ésta sólo era de un
trayecto de dos horas en tren. Con los dieciocho años recién
cumplidos y un currículum de una única relación duradera, yo ya
había descartado toda relación futura de la cual estuviese alejado más de cien kilómetros. Nunca más, me prometí.
Remontando aún más en
el pasado, hace aproximadamente cuatro años, le estaba comentando a
un amigo, unos años mayor que yo, que alguien me quería, pero que
yo no le podía corresponder con lo mismo, o no la misma cantidad y
calidad. Él me dijo “Cuando encuentres a alguien que te quiera, no
lo dejes escapar. Quizás no te parezca perfecto, quizás creas que
no estás enamorado, pero créeme, es más difícil de lo que crees
encontrar alguien que de verdad te quiera.” Yo lo vi un mal
consejo, no me gustaba y no se ceñía para nada a mi forma de ver el
mundo. Cuatro años después he continuado evitando ese consejo, se
ha cruzado en mi vida gente que ha prometido quererme, pero yo los he
hecho caer en el olvido por que no sentía lo mismo que ellos o por
no romper mi promesa. Pero esta madruga llegué a cuestionarme si no
sería en verdad un buen consejo.
Por otro lado, hace un
par de meses, acababa de comer y mi compañera de piso fue a la
cocina, me preguntó si quería algo de postre, le contesté que me
trajera una manzana y me preguntó si quería que la pelara o si me
la iba a tomar a bocados. Yo me levante y dije “No, ya la pelo yo,
gracias” y ella me contesto “Jo, Prometeo, es que no te dejas
querer”. Esa frase, sin un objetivo claro, retumbó en mi cabeza
durante todo el día, y a día de hoy, todavía resuena de vez en
cuando “Es que no te dejas querer”. Es que no me dejo querer.
¿Será ese el problema?
Esto se puede aplicar a
las personas que he rechazado, pero sobretodo a aquellas que, de
alguna manera, me he forzado yo mismo a olvidar, para no romper la
promesa y de esta forma no sufrir en un futuro o no atreverme a enfrentarme a esa
realidad. Hoy, domingo catorce de abril, no se si los pequeños
valores que he ido edificando con la edad son erróneos o debería
modificarlos. Se aceptan arquitectos y arquitecturas.
Necesitaba escribir todo este embrollo que tenía en la cabeza, para saber si de verdad tenía algún sentido o es la noche que me confunde, para saber, como Descartes, que pienso, luego existo.
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